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EMOCIONES… ¿Y EL INSTRUCTIVO?

Si abordas todas las situaciones como asunto de vida o muerte… morirás muchas veces.

Adam Smith.


2003. Creo que la primera vez que empecé a percatarme que tenía problemas con mi conducta, con mis respuestas, ante ciertas circunstancias a causa de mis emociones fue cuando de repente me vi peleándome completamente alterada con mi hijo mayor, de dos años.


El venía en el asiento trasero del coche, en su sillita, perfectamente sentado y amarrado con su cinturón de seguridad; yo, manejando algo agobiada por el tráfico, el calor y el hambre. No recuerdo, y ni siquiera sé a ciencia cierta si en algún momento lo supe, algo debió haberme pedido o manifestado, y por la situación seguro no se pudo cumplir. Él -como todo bebé sano- usó sus recursos para exigir lo que demandaba, y comenzó a llorar; y yo, no pude reaccionar más que como una enferma emocional puede responder: gritando, jaloneando, golpeando, lastimando.


Sobre ese episodio tengo una larga laguna mental, no recuerdo detalles de las causas pero tengo muy grabado en mi alma los efectos, lo que sentí en esos momentos, recuerdo haberlo visto como mi igual, como si en realidad pudiera defenderse ante esa ira, coraje, impotencia, cólera… que me cegó por unos instantes.


En cuanto pasó el episodio, me arrepentí muchísimo, me llené de culpa, de vergüenza, que al siguiente día mi hijo me estaba mandando al primer curso que tomé en mi vida relacionado con las emociones: “Manejo adecuado y eficaz de las conductas infantiles”, sin embargo, todavía creía que era a él a quien yo tenía que dominar, controlar, someter, ni por error volteé a verme a mí o preguntarme qué papel jugaba mi mente en esas reacciones.


2007. Ese niño, de seis años, tiene la gran particularidad de sacarme de mis casillas, tiene ese poder vandálico de poner en caos mi día, creo que disfruta haciendo cosas que sabe que me desagradan, nunca nada es suficiente para él, siempre hay un pero en todo lo que hago y le digo.


La búsqueda, una vez que inicia, parece que se encapricha en darte más elementos para seguir indagando… aquel curso, por supuesto no había sido suficiente, y por el contrario, era apenas asomarme a una habitación oscura pero llena de objetos que a tientas tienes que ir reconociendo para no caer, y a la vez dar tiempo a que tus ojos se adapten y comiencen a reconocer sombras.


Así me topé con mi primer libro para tratar de entender qué me pasaba con aquel niño, por qué me empeñaba en cambiarlo y me era tan difícil amarlo como se suponía una madre debe hacerlo. “Tu hijo, tu espejo” de Martha Alicia Chávez me puso de cabeza, me volteó los esquemas y me plantó de frente, no a mi hijo, sino a mí misma.

Mis frustraciones, mis expectativas, mis deseos no cumplidos, mis carencias emocionales, mis conflictos sin resolver, mis insatisfacciones, mis hubiera… pero también mis áreas de luz. De ninguna estaba consciente.


2012. Darte cuenta de las cosas, no garantiza nada. Saber lo que tienes que hacer, tampoco. Incluso, puede ser que el tener claro lo que antes no mirabas, te haga querer echarte para atrás, y sentirte imposibilitado ante tan tremenda tarea de trabajo personal, y querer volver a cerrar los ojos, pretendiendo que con eso desaparecerá la realidad que tienes ante ti.


Sin embargo, era sí o sí. Había pasado demasiado tiempo, queriendo resolver los problemas con mejoralitos. Aquel niño ya era un pre adolescente, y la relación mejoraba por periodos, pero ahora se sumaban todos los cambios que conlleva el ingresar a la secundaria. Seguir estallando ante la ola de juicios, miradas retadoras, inmovilidad, pereza, desorden en su habitación y ciento un detalles de esta naturaleza no era más una opción.


Entonces, fue que por primera vez presté atención a eso que Daniel Goleman definió y popularizó a nivel mundial, para mi salvación: la inteligencia emocional. Su libro, el cual reconozco que con sacrificios logré pasar las primeras pesadísimas páginas, vino a ser un bálsamo para mi caótica situación. Ya no era sólo mi hijo, podría ser mi pareja, mi madre, mis hermanas, la vecina, el trabajo, el calor, la crisis, todo eso que nos agobia como por costumbre cada día.


Entender que yo era dueña de mis emociones, y no al revés, me hizo volver a respirar oxígeno y no ese gas tóxico emocional que por días me mataba poco a poco, cual campo de concentración. Salir de ahí no ha sido fácil, pero dar el primer paso me movió de donde estaba. Sin duda, no he llegado hasta dónde quiero en cuanto a la sobriedad emocional que busco, pero ya no es perfección lo que espero de mí (como antes), tan sólo progreso, un día de paz a la vez.


2016. Esperar que no ocurran cosas o condicionantes para estallar sería ingenuo, sería como esperar dejar de ser humana para no sentir, y no sólo con mi hijo, sino en todas mis relaciones: de amistad, profesionales, sociales, personales. Sin embargo -en este peregrinar- he podido distinguir que son dos las emociones fundamentales que dan origen a cualquier comportamiento: el amor y el miedo.


No se trata que no sucedan las cosas sino de estar conscientes cuando ocurren y cómo reacciono ante ellas para poder entonces hacer algo positivo al respecto. Desde dónde estoy sintiendo, desde el amor o el miedo, y darme cuenta, sólo eso, darme cuenta.

Ni todos los cursos ni todos los libros ni todos los manuales sobre cómo manejar mis emociones servirán de nada si no estoy dispuesta a querer conocer otra existencia, a desear estar de otra manera, a responder de una forma distinta a mis impulsos, a vivir una experiencia diferente.


Ojalá hubiera un instructivo genérico para seguir, pero no, no lo hay, y esa es la buena noticia. Cada quien puede trazar su propia ruta, nosotros somos nuestros propios maestros, sólo es cuestión de permitirnos mirarnos en los demás, de abrir los ojos del corazón a lo que me está reflejando el otro, llámese pareja, hijo, padres, hermanos, jefes, compañeros, amigos, incluso desconocidos, porque lo que veo en el otro, de una u otra forma lo tengo en mí. Y no sólo los aspectos negativos, sino cuando veo bondad, solidaridad, comprensión, y todo eso que me gusta de una persona es la proyección de lo bello y sano de mí.


Creo que la verdadera razón de tantos problemas que como sociedad nos azotan es una enorme carencia de amor, provocada por el miedo que nos impide voltear a ver nuestra luz y la de los demás. En lo personal, mi hijo -quien en un par de días cumplirá 15 años- ha sido, es y será mi gran guía, mi empujón para salir de la zona de confort en la que suelo caer. Gracias a él tuve que reconocer mis más oscuras facetas, pero también me llevó a abrir esa puerta de la posibilidad de un cambio profundo en el manejo de mis emociones y la manera de relacionarme conmigo y el mundo. Hoy podemos reírnos de nosotros mismos, entender que no estaremos de acuerdo muchas veces, pero por sobre cualquier diferencia, nos amamos y lo estamos haciendo cada vez mejor.


Bendiciones, AR.


Ancla 1
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