DEJAR DE HABLAR PARA COMUNICARNOS.
“Cambiar la forma de comunicarte te hará ver el mundo de otra manera, eso renovará tu energía, transformará tu cerebro, liberará tu corazón y mejorará toda tu vida.” Raquel Rús.
Pareciera que comunicarnos es lo más natural que sabemos hacer, después de respirar, comer, caminar… y es que a final de cuentas, hablemos o no, siempre estamos comunicando.
Por lo general, me dicen que soy muy buena comunicándome y que eso de la “transmisión de mensajes” se me da. No siempre lo he creído así, en realidad, ésta como muchas otras, ha sido una lucha; decir lo que verdaderamente quiero decir, tratando de no dañar al otro sino por el contrario, esperando aportar algo de valor y crecimiento para ambos, es algo que he tenido que aprender.
Durante muchos años me manifesté en acuerdo o desacuerdo con mil cosas, creyendo tener la razón y esperando a través de mis elocuentes argumentos convencer a otros o rebatir los suyos. Ironías, sarcasmo, juicios, críticas, son armas que solía utilizar constantemente para comprobar mi verdad, ya que tengo un don especial en encontrar la falla de los demás, y reconozco que lo he utilizado no pocas veces para engrandecerme. Hoy me desarrollo desde la conciencia para comunicar desde el corazón.
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Como todos, tengo un pasado que he venido integrando a mi yo actual, y hoy puedo ver algunas circunstancias que han marcado mi forma de comunicarme, de hacerme más consciente de lo que busco transmitir y cómo hacerlo adecuadamente. Como piezas de rompecabezas, los episodios de nuestra vida van integrándose a lo que somos actualmente y que si no hubiéramos pasado por esas situaciones, definitivamente no podríamos avanzar en el camino de nuestra evolución personal.
Recuerdo que estaba a principios de tercero de prepa, cuando una maestra hizo una dinámica en la que en secreto teníamos que escribir en un papelito a una persona del salón que nos cayera muy bien y por qué y en otro a alguien que no nos simpatizara tanto e igualmente dar las razones.
Los resultados me aturdieron: “la Angie” resultó ser la más antipática del salón por sangrona. Auch, lo escribo y el estómago se me vuelve a engarrotar.
No entendía por qué, en verdad no sabía qué estaba pasando, si yo me consideraba buena onda, alegre, sociable, etc. Pues no, yo no estaba comunicando eso. Me propuse cambiar tal percepción, parte por quedar bien, parte por integrarme, parte por demostrarme que las personas sí podemos mudar de piel. A finales del ciclo, con base a popularidad, se escogía a una mujer y un hombre por salón para participar por la reina y el rey de la generación. Fui la seleccionada de mi clase para concursar, y aunque no gané, quedé en segundo lugar por unos pocos votos, para mí, haber estado en la terna, fue una victoria.
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Hoy entiendo -y no por el hecho de haber estudiado comunicación, porque esto de la “comunicación consciente” jamás me lo mencionaron en la carrera- que conseguir nuestro bienestar depende en gran parte de nuestra capacidad de comunicarnos, de sintonizar con la otra persona y contestar de manera activa y atenta.
De nada nos sirve hablar por hablar, horas y horas, si no sé lo quiero decir, pedir o cómo establecer acuerdos; si no me interesa escuchar, realmente escuchar a la otra parte, y ponerme en sus zapatos para entender qué es lo que está sintiendo, comprender por lo que está pasando, y poder autoregularme para ofrecer un puente de comprensión y no la fácil y cómoda “molestia” o “estás equivocado” simple y sencillamente porque no ve la realidad a través de mis gafas.
Solemos culpar al otro por sus respuestas, y no nos damos cuenta que son producto de nuestra manera de comunicarnos, a veces con fuerza, con cierta violencia, los hacemos sentir vulnerables, y podrán ceder ante nuestra insistencia pero generamos rencor o que simple y sencillamente se revelen, se defiendan.
Pareciera que en este mundo tan interconectado, con toda la infraestructura y herramientas de la tecnología a nuestra disposición deberíamos tener una comunicación total, plena, eficaz. Sin embargo, a veces siento que vamos como en una plaza pública hablando por hablar, cada quien como loquitos en manicomio. Sí con el derecho de la libertad de expresión muy bien arraigado pero no así el derecho del otro a ser escuchado. Veámoslo así: si todos nos dedicamos a hablar, ¿quién va a escuchar? Sin embargo, si todos estamos dispuestos a escuchar, nos estaremos permitiendo comprender cómo ven y viven la vida los demás.
Como señala el Dr. Mario Alonso Puig: Desde el “experto” ya sentimos que lo sabemos todo, no tenemos necesidad de escuchar, estamos en el yo, en la necesidad de llevar la razón y de impresionar. Si nos ponemos el traje de “explorador”, vemos a la persona que tenemos enfrente como un mundo por descubrir, nos nace mostrar interés y preguntar, podemos dejarnos sorprender, ya estamos en el “nosotros”.
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Lógicamente hay mucho que decir de la comunicación consciente, pero más que aprenderla y teorizar sobre ella, la invitación que me hago, es a practicarla todos los días, a usar las palabras mágicas de “darme cuenta” desde dónde estoy comunicando, y entender lo que digo no sólo como una realidad exterior sino como fiel reflejo de mi ámbito interno. Saber qué me pasa cuando digo lo que digo, qué siento cuando escucho, identificar qué tiene que ver conmigo, poner atención en el otro… e irónicamente sólo si observo en silencio podré descubrirlo.
Pero, ¿cuál es la pócima mágica? ¿cuál es la clave para comunicarnos mejor? Como tal no la tengo, pero creo que el primer paso sería nuestra entera disposición a hacerlo. Estar presentes en el aquí y el ahora de lo que digo y lo que no digo. No por nada el más importante acuerdo de Don Miguel Ruiz es “Se impecable con tus palabras. Porque constituyen el poder que tienes para crear. Son un don que proviene directamente de Dios”.
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Poco tiempo después de haber terminado la carrera, y haciendo una entrevista como parte de mi trabajo, un actor y director de teatro, luego de haber terminado la charla me dijo tajante: “tú estudiaste comunicación para obligarte a ser sociable, para desarrollar la capacidad de relacionarte con los demás, para poder ser socialmente adaptada, porque si fuera por ti, estarías ahorita en una isla desierta, llena de libros, con unos audífonos puestos, leyendo y oyendo música”.
Dice mi admiramado Maestro Alejandro Jodorowsky que lo que necesitas aprender, tienes que enseñarlo. Tal vez y sólo tal vez, ambos tienen razón. =P
Bendiciones, AR.