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DONDE ESTÁ LA FELICIDAD.

“Cambiar no es fácil, pero la felicidad no nos la va a dar el hacernos los locos sino hacer lo que ya sabíamos teníamos que hacer”. Alejandro Maldonado.

No. Definitivamente esto no será un decálogo de la felicidad o las siete cosas que tienes que hacer para ser feliz o el top five de cómo alcanzar la felicidad y no morir en el intento. Aunque quisiera, no podría. Aunque ahora mismo cayera un rayo de luz sobre mi conciencia, me iluminara y de repente comenzara a conocer la plenitud total no podría compartirla, no en el sentido estricto de dar la receta, porque simple y sencillamente lo que me hace feliz a mí y a ti no es lo mismo.

Sin embargo, en esencia, la felicidad sí es parte de nuestro ADN, tiene que serlo, porque de otra forma no podría entender la genuina alegría de los niños. Todos fuimos bebés, y no hay niño que no haya sonreído con la inocencia del amor asomándose por su rostro. No sé qué fuerza maléfica hace que borremos de la memoria o no conservemos esa magia que nos hacía correr, gritar, carcajearnos, y que nos brillaran los ojos con total asombro ante la sencillez de la vida a los dos o tres años.

Y no es que la felicidad se trate de andar como castañuela todo el tiempo sino de ese estado en el que a pesar de las vicisitudes de la vida, uno puede recobrar un aliento de esperanza de ese niño interior.

“Estaba tan ocupado siendo importante que me olvidé de ser feliz”. Santiago Pando.

Confieso que hubo una larga temporada de mi vida que a mí también se me olvidó. Y no es que yo fuera importante, qué va, pero sí estaba ocupada haciendo “las cosas correctas”, acostumbrada a hacer lo que se tiene que hacer para ser feliz: a tener una carrera, un marido, unos hijos, una casa, un empleo… siguiendo un mapa del tesoro (de la felicidad) que no era mío, pero que alguien me dio o yo tomé al buscar afuera.

No estoy hablando de una infelicidad o una mala vida, no se me confunda, sino de esa sensación de no estar completa a pesar de “tenerlo todo”, de estar bien a secas, de sentirme extraviada a pesar de seguir el rumbo señalado, y con un profundo miedo de perder lo conseguido a la menor amenaza.

Finalmente la fuente de poder se agotó, tronó, y un día ya no tenía matrimonio ni casa ni empleo, me quedaban mis hijos, sí, pero ni siquiera ellos me hacían feliz. Entonces ¿dónde? Busqué en los amigos, en la fiesta, en el cigarro, en la comida, en el alcohol, en la cama, en el ejercicio (no, no es cierto, ahí no), en terapias… y como en el juego aquel, fría fría.

Saber o creer saber qué nos hace felices parece fácil pero se nos puede ir la vida en ello si no volteamos a ese punto ciego que sólo puede verse con los ojos del corazón: a nuestro interior. Sí, iniciar un proceso de autoconocimiento, echar una mirada detenida, atenta, ahí dentro nos puede poner en una situación muy vulnerable, pero no es hasta ese momento en que desnudas tu alma, y te enfrentas a tus temores, tus inseguridades, tus creencias, que puedes saber de qué estás hecho, de qué eres capaz y lo que verdaderamente te inspira para levantarte una y otra vez, con golpes sí, pero con una sonrisa tatuada en el alma porque hoy ya sabes lo que te conquista, lo que te conmueve, lo que te fortalece.

“La felicidad consiste en poner de acuerdo tus pensamientos, tus palabras y tus hechos”. Mahatma Ghandi.

Comienzo a entender también que la felicidad no es sólo aquello que te da placer momentáneo si después te hará sufrir, mermar tu autoestima o cuestionarte tus capacidades: quedarme un rato más en la cama, sabiendo que luego me lo reprocharé; comer en exceso todo aquel postre, para luego sentirme miserable por la falta de voluntad; decir sí, por quedar bien, cuando quería decir no; y no es que ya no tenga ninguna de esas actitudes, simplemente es que ya me doy cuenta cuando las cometo, y el hacerlas conscientes me ha permitido modificarlas, empezar a enfocar -como en una fotografía de mi alma- lo que pienso, siento, digo y hago en un mismo plano.

Por eso, si mi “felicidad” proviene de hacer sufrir o hacer sentir mal a otros, si causa algún daño por manipular o conseguir las cosas a mi manera tampoco funcionará, porque en el fondo a nadie nos gusta lastimar, será un gozo efímero, porque nuestra naturaleza es la bondad, el amor, el ayudar al otro, sin embargo el mundo exterior nos bombardea diciéndonos qué es lo que nos hará felices: ropa, autos, lujos, fama, reconocimiento, promiscuidad, belleza física, popularidad, éxito, poder… y nos traicionamos a nosotros mismos por confundir el ruido exterior con nuestra guía interna. Cuando nos dejamos orientar por nuestra verdadera voz interior, nos damos cuenta que, aún sin ello, siempre hemos podido ser felices.

“Nunca seremos felices si vivimos un tipo de vida ideado por otra persona”. James Van Praagh.

Es legítimo que algunas personas nos demoremos más tiempo que otras en este proceso del autoconocimiento, dependiendo de cuánto contacto se ha perdido con uno mismo, pero una vez dado el primer paso, no te rindas, tu verdadero yo interior se está moviendo para acercarse lo más posible al exterior.

Creo profundamente, porque lo conozco, en el poder transformador de las personas para ir en búsqueda de su propio camino hacia la felicidad, pero invariablemente con un denominador en común: la llave que abre esa puerta, está por dentro.

Bendiciones, AR.


Ancla 1
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