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MI DIOS Y YO

Respeto que no creas en Dios, ¡pero no sabes de lo que te estás perdiendo!

Héctor Suárez.


Yo no sé ni cómo me atrevo a teclear estas líneas. Tanto se ha escrito de Él, más allá de la Biblia, que (los creyentes) hasta puedan considerar una blasfemia el que esté yo aquí en un intento de compartir, de la manera menos predicadora que pueda, por qué hoy digo que ya no creo en Dios sino que lo conozco.


Y no se me quede anclado a la palabra Dios. Puede ser Cristo, Buda, Jehová, Universo, Poder Superior, Divinidad, Ser, Energía, Presencia… o sustitúyala por la palabra que le sea más o menos significativa (según sea el caso). Para mí es Dios y creo que desde ahí radica la separación. Las religiones (y esto no es un ensayo filosófico ni teológico, insisto, es mi #encuentro con el YO) nos han puesto en dimensiones diferentes, nos han mostrado un Ser externo, fuera de nosotros que de alguna u otra forma determina desde nuestras raíces hasta el follaje de nuestro árbol de vida.


Crecí en una familia católica, como la mayoría de los mexicanos, rezándole y temiéndole a un Dios castigador, sintiéndome pecadora a cada paso, y excomulgando culpas en un confesionario y yendo muchas veces a rastras a la Iglesia cada domingo. Me dijeron que orar era hablarle a Dios y meditar dejar que Dios me hablara, pero como todas las cosas que se saben pero no se practican desde el corazón, no sirven para nada.


Y cómo iba a conocerlo si sólo repetía un ritual pero no lo sentía. Ahora, aunque no lo aprecie en una manifestación física, porque tampoco se trata de vivir una experiencia religiosa, ver una luz al final del túnel o recibir una bocanada de aire en la cara, sé que está conmigo, en mí.


La verdad es que yo lo conocí a la “mala” tras una situación que me hundió en una crisis de desesperanza y profunda depresión, donde mi lógica, mi razón, mi entendimiento, mi ego no encontraba respuestas, no quedaba más que una total y absoluta rendición, esa entrega total al aquí y al ahora… de rodillas, sin pasado, sin futuro, en este presente: hágase tu Voluntad y no la mía.


Y lo que buscaba, llegó. La paz. La certeza inconmensurable de que pasara lo que pasara todo estaba bien. No puedo explicarlo con palabras, sólo puedo decirles que la relación conmigo misma cambió. Desperté a una realidad que no conocía. El camino apenas comenzaba. Fue como abrir los sentidos a algo que siempre había estado ahí pero no lo podía ver ni sentir. El dolor se fue, lo juro. Y aunque siguen habiendo situaciones difíciles, un día sí y otro también, la tranquilidad de saber quién soy, que comparto la esencia de Dios, el amor, me abre a la posibilidad de que no hay cabida para el sufrimiento ni la carencia.


Hoy entiendo que si antes no podía reconocerme en este estado es porque venía cargando con una larga lista de cosas que creía ser: lo que hacía, lo que tenía o no tenía, lo que me dijeron que era, o tenía que hacer y ser. Uno no puede con lo que no le corresponde, y tratando de cumplir las expectativas de los demás, te alejas de ti, de Dios.


Creer o no creer en Dios, te aleja de Dios. Sí. Te aleja de vivir la experiencia que es sentir y vivir su poder. Conocer algo es poner esa vivencia dentro de ti. Uno puede ser un experto en producción de miel, en el proceso de explotación de las colmenas, en el origen botánico de las mieles, en las características físicas, químicas y organolépticas de la miel, pero hasta que no pruebe la miel dentro de mi boca no la conoceré.


Vivo en Dios y Dios vive en mí cuando dejo de juzgar, cuando dejo de quejarme, cuando agradezco, cuando me pongo en los zapatos del otro, cuando me hago consciente de mi ser y mis ideas limitantes, cuando dejo de buscar afuera un Algo o Alguien que me premie o me perdone, cuando ni siquiera yo me he valorado ni perdonado.


Si buscamos en Google, lo que todos, toooodos en el fondo estamos buscando… la paz, nos dará 330,000,000 resultados y el amor, 266,000,000; Dios, 151,000,000.


Si antes yo no conocía la paz y el amor de Dios, ¿será quizás porque todo este tiempo lo había creído (o no) fuera sin permitirme vivir esa experiencia desde el interior? o ¿porque lo había puesto (o no) en un altar lejano, en una religión, en un culto, en una ideología, en lugar de mi corazón? Quizás, sólo quizás.


Bendiciones, AR.


Ancla 1
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