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Dar el primer paso.

“Admitimos que éramos impotentes ante _________________________, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables”.

Primer paso del Programa de 12 Pasos de AA.


No sé si ese primer paso me va a llevar a donde quiero ir, pero sí les puedo asegurar que me sacó de donde estaba. Esa es la razón por la que debemos ayudarnos, empujarnos, animarnos, decidirnos, atrevernos, determinarnos a dar ese primer paso, ese pequeño pero gran avance: la aceptación.


La frase con la que abro este #Encuentro es apenas la primera chispa de luz que lleva a un alcohólico a reconocer su problema “aparentemente” con el alcohol, y digo aparentemente porque en realidad eso es tan sólo la punta del iceberg, lo que en realidad tiene que aceptar, admitir un alcohólico es su incapacidad emocional para responder de una manera adecuada y correcta a los retos de su vida, y ante esa falta de aceptación de la enfermedad de sus pensamientos y por ende de sus emociones, el beber se vuelve su manera de sobrellevarlo y relacionarse con el mundo.


Le he quitado deliberadamente la palabra alcohol, porque estoy convencida que para todos y todas, el principal problema que arruina nuestro día, nuestra semana, nuestra vida, es la falta de aceptación, a lo que sea: a mí misma, a mis padres, a la pareja, a los hijos, a mis circunstancias, al clima, al trabajo, a los demás… si tan sólo las cosas o las personas fueran así: esa necedad de quererlo cambiar todo allá afuera, desgasta tanto por dentro.


La aceptación o falta de ella puede estar en todo y en cualquier momento y lugar. Desde las cosas más sencillas y lógicas, hasta los problemas y encrucijadas más graves. Y es que la aceptación hoy la veo como un músculo que tiene que fortalecerse día a día como los bíceps, tríceps y demás, para poder estar fuertes y en condición de soportar de la manera menos dolorosa las adversidades. Porque digo, si uno no puede ni aceptar el calor o el frío, de una manera amorosa y agradecida por tener la fortuna de sentirlo, qué se puede esperar de una situación verdaderamente caótica: nos derrumbamos en pedazos.


Mi tanta falta de aceptación comenzó desde mi nombre. No me gustaba mi nombre. Me parecía de lo más común, es muy común llamarte Angélica, ¿cierto? Y para acabarla de amolar, Teresa. Sí, así como lo leen Angélica Teresa, porque a la niña se le ocurrió nacer un mes antes de lo programado en pleno cumpleaños de su abuela paterna, Teresa, así que por derecho divino, esa soy yo. Ambos, los nombres más simples y comunes del mundo.


Pero, yo no quería ser una persona común (como si el nombre lo determinara jajaja), mucho menos corriente (como dice la frase). Entonces, por qué mis padres no me pusieron Jéssica, Samantha, Ekatherine, Stephania, ¡o algo que sonara sofisticado y original!


Entonces, cuando alguien por primera vez me llamó Angie, mi prima Myriam, que la adoro por cierto, estando yo en la secundaria, me pareció la solución a mi falta de reconocimiento, y me puse la primer máscara. No es que Angie esté mal, de hecho me gusta que quienes me conocen me llamen así de cariño, el asunto que está detrás del apodo es lo importante: mi falta de aceptación a mi nombre, mi falta de ver la grandeza que está ahí guardada.

Angélica se llama mi madre, y Teresa, se llamaba la madre de mi padre, a quiénes hoy les agradezco profundamente haberme hecho el honor y la bendición de bautizarme bajo esos dos grandes destinos:





Así de simple es la falta de aceptación. Y mientras no logremos ver, y decidamos tapar con diferentes capas, máscaras, nuestra falta de aceptación ante tal o cual circunstancia, será imposible dar un paso hacia su real y definitiva solución. Y ello nos perseguirá hasta que logremos verlo. Lo que resistes, persiste. Anoten.



No es cómo dejo de fumar es por qué fumo. No es por qué estoy con una pareja celosa es cuánta falta de confianza hay en mí. No es porqué tengo esta enfermedad es qué emoción me llevó a este estado. No es necesito un trabajo distinto es cuáles son mis verdaderas capacidades. No es por qué mi hijo es tan grosero es cómo le estoy enseñando el mundo. No es por qué estoy tan gorda es ver qué estoy sustituyendo con la comida. No es por qué todo mundo me hace enojar es qué carencia se dispara en mi cuando alguien no actúa como yo espero. No es por qué nadie me comprende es desde qué mirada observo la vida.


Al aceptarnos a nosotros mismos, vivir de corazón la autoaceptación, es aceptar el mundo como es, como viene, integrarlo, asentirlo… y no es resignación, no es conformismo, es darme cuenta que hay cosas que no puedo cambiar, pero sí puedo cambiar mi forma de verlo, de interactuar con ello. Aceptar es ver. Aceptar es darme cuenta. Y a partir de ahí entonces tomar un rumbo, en cualquier sentido: quedarme donde estoy o moverme, pero con la consciencia y la responsabilidad de lo que estoy decidiendo, no desde la ceguera.


Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo digo, que sí hay peores: aquel ciego que por fin pudo ver, y como no le gustó lo que vió, vuelve a cerrar los ojos esperando que aquella realidad desaparezca por si sola.


La aceptación, la consciente aceptación, te lleva a pedir ayuda, te lleva a buscar respuestas, te lleva a querer salir de ese estado de insatisfacción, de dolor, de sufrimiento, de incomodidad, de sentirte incompleto.


Si de verdad quieres y puedes dar ese primer paso, ese que no sé si te llevará a donde quieres pero sí te moverá de donde estás, te invito a que completes la frase de arriba, y escribas, de verdad escribas, eso que hasta hoy no has podido o querido aceptar.


Verlo ahí, escrito, de tu puño y letra, será ese primer ejercicio que comience a fortalecer tu voluntad de cambio, tu determinación a encaminarte a una vida mejor, verdaderamente plena y feliz. La que tienes seguro está bien, pero si sientes que algo te falta, acéptalo, y verás que sí hay otra manera.


Bendiciones, Angélica Teresa.


Ancla 1
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