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El perdón te libera.

Perdonar no es otra cosa que recordar únicamente los pensamientos amorosos que diste en el pasado y aquellos que se te dieron a ti. Todo lo demás debe olvidarse.

Un Curso de Milagros.



Cuando pude mirarle a los ojos, tomar su mano y darle un abrazo sincero de corazón a corazón, sin sentir otra cosa que un profundo agradecimiento por lo vivido y el aprendizaje recibido es que supe que me había liberado.


Decir que he “perdonado” a alguien, hoy me parece soberbio, altanero, y que mi ego intenta ponerme por encima de esa persona, asumiendo que soy mejor que el otro, y que tengo la autoridad de hacer justicia o venganza (llámese como se guste) por mí misma, debido a la supuesta ofensa recibida.


No, no es fácil. Definitivamente perdonar bajo ese concepto no es fácil. Y no lo era para mí, porque perdonar, en verdad perdonar, implica un cambio de percepción sobre lo que me sucede, sobre el mundo, sobre los demás y sobre mí misma. Este nuevo concepto de perdón que comienzo a conocer implica una toma de responsabilidad de todo lo que me sucede, para dejar de sentirme víctima de las circunstancias. Implica tomar conciencia de que si creo que alguien me ha hecho daño y estoy sufriendo es porque en algo yo me he equivocado, y que algo estoy percibiendo incorrectamente y tengo que modificarlo.


Uno puede hacer muchas cartas (de esas que nunca se entregan) para liberar las emociones de rencor, resentimiento, dolor, tristeza, coraje, decepción, etc. contra ese que consideramos nos lastimó, ofendió, traicionó…

Puedes hacer una y cien veces la terapia de la silla vacía y gritarle a ese espacio hueco que representa a tu agresor lo mucho que te lastimó, que te dolió lo que “te” hizo, la indignación que sentiste…

Puedes ir al mar, respirar, meditar, orar, y enterrar bajo la arena en un papel la ofensa recibida, o gritarle a las olas toda esa energía de repudio, odio, impotencia, frustración, o sufrimiento contenida en tu alma…


Pero nada de eso nos liberará de tan pesada carga de “perdonar” a alguien o a nosotros mismos, si no cambiamos la mirada, si no dejamos de entender el perdón “social”, como un acto de “reconciliarme” con algo o alguien sino como un camino de autorrealización personal, un camino que nos lleva a deshacer todo aquello que creo me ofendió, y me está impidiendo experimentar la paz que nace en mi verdadero Ser.


Alguna vez le escuché decir a Deepak Chopra, uno de los mayores gurús espirituales de nuestro siglo, que la más poderosa definición del perdón que él había encontrado era la de “abandonar la esperanza de que el pasado pudo haber sido distinto, dejar ir el pasado que pensamos que queríamos”.


Todavía resuenan en mí esas palabras. Y trato de recordarlas cada vez que siento o creo que alguien me hizo algo. Porque entender el perdón, como se manifiesta en Un Curso de Milagros (UCDM), nos lleva a reconocer que jamás hubo tal agresión, ni nada que tenga que ser perdonado, se experimenta una liberación de lo que la evidencia me grita, y me orilla a tomar la decisión de “querer ver de otra manera” lo que me ha sucedido, me exige una voluntad sólida para no dejarme arrastrar por todas esas razones perfectamente argumentadas que mi mentalidad programada me dicta. El perdón te hace ver más allá de lo que el mundo “normal” refleja.


Podemos estar o no de acuerdo el perdonar o no ciertas situaciones, hechos o circunstancias profundas, graves ofensas y daños irreparables, pero una cosa sí es cierta: el perdonar, bajo el esquema que te venga mejor a ti, sólo puede ayudarnos, nunca hacernos daño o perjudicarnos más de lo que hemos sido lastimados.


El borrar, deshacer o perdonar ha significado en mi vida una poderosa herramienta de transformación, y el poder radica precisamente en su simplicidad, en dejar de verlo como un síntoma de debilidad o ingenuidad y comprenderlo como un verdadero acto de integridad y valentía para salir del pozo de amargura y resentimientos en el que se está.


Hacer las pases conmigo, con mis “ofensores”, fue como abrir una puerta y dejar entrar la luz sobre esa oscuridad que yo protegía por mis ideas y mis creencias sobre lo sucedido; fue como de repente darme cuenta del bien que me podía hacer a mí y a los que me rodean en lugar de quedarme atorada en lo malo hecho, y que hoy es imposible deshacer.


Perdonar, más que liberar al otro de la culpa, fue tomar mi responsabilidad, hacerme consciente de mis actos, de sus consecuencias y de la gran oportunidad que tenía frente a mí de aprender lo que los incidentes me enseñan de mí misma.


Si ante eso o ello que nos “ofendió” podemos sentir paz, liberación y una sensación de expansión sin límites, estamos frente a ese milagro llamado perdón.


Bendiciones, AR.


Ancla 1
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