Mi primer amor.
Fue amor a primera vista. Y cómo no, si hasta me adelanté a nuestra cita a ciegas. No esperaba mi llegada en aquel momento que nos vimos por primera vez, pero igual el corazón ya nos brincaba a los dos, como si quisieran salirse y fundirse en uno solo.
Desde entonces, no ha habido día que no me haya manifestado de una u otra forma su amor, su admiración y su inquebrantable disposición de protegerme. Cada abrazo ha sido una exclamación en voz alta de un “aquí estoy, tranquila, cuentas conmigo incondicionalmente”.
Y no cabe duda, que lo que fortalece el amor es la convivencia, es el tiempo que le invertimos a compartir con el otro, y aunque a veces no habla mucho, sabe expresar lo suficiente, porque muchas noches a pesar del cansancio, la jornada del día y los agobios, estaba ahí sobre su pecho, sintiéndome completamente integrada en su vida.
Nunca había conocido un héroe sin capa, sin máscara, sin súper poderes –aparentemente-, pero el ver cómo se entregaba, sin medirse, en cada situación hacía que cada vez le quisiera más. Me emociona profundamente cuando alguien se expresa de él con elogios, halagos y cariño, me hace sentir orgullosa de su inteligencia, de su don de gente, de su gran espíritu, su solidaridad, su sentido de la vida y su gran corazón, porque como dice una de sus canciones preferidas: él, “para querer no necesita una razón, le sobra mucho, pero mucho corazón”.
No todo ha sido color de rosa, definitivamente. Hemos tenido nuestras buenas discusiones, él tiene sus propias ideas, bien arraigadas, y a veces le cuesta entender las mías, y al revés. Trata de explicarme el mundo, como él lo ve, y yo por más que me esfuerzo, en ocasiones, no logro coincidir. Pero ha sabido respetar y aún doliéndole ver cómo me equivoco, me lo ha permitido, se ha quedado al margen, simplemente observando, acompañándome y asumiendo que soy un ser independiente para tomar mis propias decisiones, libre de cometer errores, pero sobre todo esperando que aprenda de ellos. Pero también se ha puesto feliz y celebrado conmigo en cada logro, también se ha hinchado como pavorreal cuando algo me ha salido bien, y ha compartido conmigo esas alegrías.
Gracias a él aprendí a decir Te Amo a un hombre, sin reparo y cada vez que lo sintiera. Con él aprendí a querer bonito, a perdonar, aprendí que la vida es para ser felices, y aunque no siempre es fácil, su ejemplo, me recuerda que debo luchar por mis sueños hasta lograrlos.
Es mucho mayor que yo. No sé cuánto futuro nos quede juntos, lo que sí sé es que quiero celebrar a su lado cada tercer domingo de junio, y que sepa, que nunca dude, que lo amé, y lo sigo amando, desde aquella tarde que a él le dijeron: “Felicidades, es papá de una niña”, y por primera vez él tenía una hija, y yo, conocía mi primer amor. TE AMO, PAPÁ.
Bendiciones, AR.