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BIEN, PERO NI MODO…

Como todos los que andamos en este oficio, conocí a Javier Valdez de cerca. En la reporteada, en el trajín, en un café y algunas veces, en la bohemia. Sería muy pretencioso afirmar que fuimos los grandes amigos. No. Había, sí, estima y respeto mutuo. Era un gran conversador. Uno podía reír fácil con él de cualquier puntada. En corto se doblaba de risa cuando yo imitaba el hablar de la gente de la sierra o de algún narquillo airado.


“Bien, pero ni modo…”, respondía al preguntarle cómo estás.


En la última etapa de su carrera se despegó del resto, como los corredores de fondo. Era entrevistado por medios nacionales e internacionales. Viajaba, ofrecía conferencias, promovía sus libros. Pluma ligera y precisa para la crónica urbana que después decantó hacia la crónica narca, las historias reales o ficticias sobre la vida narca que envuelve y que intoxica a Sinaloa y a gran parte del país. Por ahí agarró vereda, dirían los viejos.


Entró en una etapa prolífica con cientos de historias y denuncias que dieron vida a sus libros. Aplaudido y criticado, marcó un estilo que hasta hace muy poco los “puristas” de las letras le empiezan a reconocer.


La última vez que lo vi fue hace casi dos meses, iba caminando por la Francisco Villa junto con Gris, su esposa. Destino: El Guayabo. Su guarida. Siempre o casi siempre en la misma mesa. Siempre o casi siempre solo y su trago. Observando, tomando notas. Un saludo aquí, una seña por allá. Era una imagen familiar en esa cantina. Ya era una figura, un referente, pero al parecer no se daba cuenta. Seguía sus mismas rutinas. Lo mismo albureaba a una mesera y brindaba con los de la mesa de a lado, que se montaba a la batería para aventarse un “palomazo” con los músicos del lugar.


Le admiré y envidié esa facilidad para recitar de memoria muchas canciones de Sabina o Aute. Conocí de cerca su sentido del humor, su afinado sarcasmo y esa facilidad para traslapar las groserías lo mismo en una charla informal que en una conferencia.


–“Buenas tardes, ¿podrían bajarle al aire?, es que ya se me enfrió el culo”. Soltó hace algunos meses a boca de jarro en un panel sobre Periodismo y Violencia, convocado por la Facultad de Ciencias Políticas de la UAS, a donde fue invitado como ponente y donde me tocó compartir mesa con él y Gustavo Lizárraga.


Sobra decir que alumnos y maestros estallaron en risa. Se había roto el turrón de la formalidad y de ahí para adelante Javier hilvanaba una charla fluida, amena, interesante y salpicada de picardía. Sabía cómo llevar al público de la mano. Jóvenes y viejos lo escuchaban atentos.


Así era Javier. Desmadre. Irreverente. Malhablado y terco. Griselda, su “compa” (como le decía para abreviar compañera), dice que era un tipo con muchos defectos, pero un gran ser humano que no merecía morir así.


Coincido con ella. Javier no merecía morir ni de 13 balazos, ni de uno solo. No merecía morir ni de pie ni arrodillado. Ni por su trabajo, ni por el robo de su vehículo (citando las hipótesis que se han tejido). Nomás. No merecía morir.


Comparto el enojo, la indignación y la impotencia por este crimen que a 23 días de ocurrido, se desconoce aún si existe un solo avance en las investigaciones.


Quirino Ordaz, la Fiscalía y la PGR, están ante una gran prueba, pero también ante la oportunidad de demostrar que hay voluntad e interés por hacer justicia. Y es que si no aclaran un homicidio con resonancia nacional e internacional, como el de Javier Valdez, ¿qué les espera a las cientos y cientos de víctimas anónimas o menos conocidas?


LIBRETA DE APUNTES


7 de Junio. Día de la Libertad de Expresión. Una libertad en duda. Una libertad amenazada. Valga la ocasión para recordar a otros dos periodistas asesinados. Oscar Rivera Inzunza (2007) y Humberto Millán (2011). Ambos homicidios fueron atraídos por fiscalías especiales que poco o nada investigaron. Ambos casos siguen impunes.


Ancla 1
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