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Ser… o no ser

He ahí el dilema, verdaderamente.

Un buen gobierno implica toda una serie de cualidades indispensables y obligadas, entre las que como esencia destaca la voluntad de hacer las cosas de la manera correcta; sólo su conjunción puede llevarnos a resultados positivos.

Advirtamos por ejemplo que es vital que los recursos públicos se manejen con honestidad y transparencia, pero sirve de muy poco cuando a pesar de lo primero se asumen políticas públicas irresponsables y hasta criminales.

Porque hemos visto y se repiten conductas de algunos funcionarios que, en virtud del área de sus responsabilidades, ya han costado muchas vidas; seguirá sucediendo, mientras los mandos superiores hagan como que no ven ni escuchan, o se laven las manos.

Retomamos por ello y lo haremos cuantas veces sea necesario, la irresponsabilidad criminal con que se conducen los destinos de la Secretaría de Salud en Sinaloa, que debemos recordar asume como “cabeza” las funciones de la hace rato desaparecida delegación federal del ramo.

Para nadie es un secreto el gran número de enfermos que ven agravada su salud o mueren porque los servicios públicos de salud programan para dentro de varios meses las consultas con los especialistas, si no es que hasta dentro más de un año después.

Aunque sea un caso de urgencia; el trámite, que como burda excusa denominan “protocolos”, es programar primero una cita con el médico general, con la misma circunstancia de la larga espera.

A muchos pacientes no les queda otra alternativa que buscar la opción de un médico particular, si es que tienen dinero para pagarlo; si no, pues su salud inevitablemente se agrava, con consecuencias que no pocas veces terminan en la muerte.

Si entra usted a la página web de la Secretaría de Salud de Sinaloa, encuentra que son objetivos rectores de esta dependencia “garantizar la calidad y calidez en la atención a la salud de la persona. Fomentar y promover acciones para asegurar una sociedad saludable”.

Por desgracia esto está muy lejos de la realidad que vivimos.

En nuestra columna anterior dimos un ejemplo del valemadrismo oficial en los asuntos que tienen que ver con la salud pública de Sinaloa; si se actúa así contra un anciano de noventa años de edad y en situación crítica, imaginémonos lo que sucede en aquellos pacientes que también pueden estar graves, aunque no lo aparenten.

Advertimos entonces que por puro sentido común deben existir muchos casos similares, y recibimos montones de quejas que desgraciadamente confirman que son numerosos los sinaloenses afectados en su salud y en su vida por esa infame conducción de la salud pública estatal, con funcionarios para quienes es “normal” que un enfermo, aunque esté grave y sufriendo, tenga que esperar no solamente días sino semanas, meses y a veces más de un año para que un médico lo atienda.

Ah, pero con la mayor desvergüenza publicitan campañas diciéndonos que debemos prevenir; que acudamos cotidianamente con el doctor; la cínica y machacona advertencia de que la detección temprana de un problema puede ser la diferencia entre vivir o morir.

De nada nos sirve saberlo, cuando la costumbre y la “normalidad” es que transcurran meses y años para las consultas y los tratamientos.

Cierto que se tienen hospitales privados, donde la atención es mejor o menos mala, según la cuota.

Pero el derecho a la salud es universal, y aplica para todos como obligación del Estado y de sus instituciones, incluyendo a los pobres.

El encabezado del Altoparlante de hoy está dirigido al gobernador Quirino Ordaz Coppel: no tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre; algo tiene que cambiar, y de inmediato.

¿Cuántos muertos más se necesitan para resolver estas negligencias criminales?

El Secretario de Salud, Alfredo Román Messina, tiene que entender lo que son sus obligaciones, y ver las consecuencias criminales que su incumplimiento provoca.

¿Qué estamos exagerando? ¿Una vida les parece tan poca cosa?

Que no haga corajes porque de todas maneras les vale, le dijeron a quien esto escribe tres personas a través de las redes sociales.

A cada una de ellas les respondí con textos de una canción de León Gieco: “Sólo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente. Si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente”.

Cuchillito de palo, sí; y lo que falta.


Ancla 1
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