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ENTENDER Y COMPRENDER

“Se entiende con la razón, se comprende con el corazón”. AR.


No, no es fácil comprender las situaciones de la vida, lo que nos sucede y no es tan agradable, digo, porque a lo bonito pues ni quién lo cuestione; el asunto es cuando lo que pasa se sale de nuestras expectativas, de nuestros planes, de nuestros deseos.


Muchas ocasiones, muuuuchas, me he quedado atorada, primero, queriendo entender el por qué de esto o aquello, y aunque le tardo, después de darle vuelta y vuelta, de renegar, frustrarme, quejarme, sufrir o afligirme, con algunas respuestas o atando ciertos cabos, llego a alguna conclusión racionalmente de lo que está sucediendo, pero comprender es algo mucho más profundo, es ir más allá de los hechos y avanzar hacia el significado de las cosas o del comportamiento de las personas. Más que respuestas o palabras, lo que surge de la comprensión es un silencio profundo de aceptación.


Tengo un hijo adolescente, que como he reconocido aquí es mi gran maestro, y con sus 16 años llenos de curiosidad, de hormonas, ansias de libertad e independencia, de demostrar su individualidad con hermetismo, me ha puesto de frente ante esta gran diferencia entre entender y comprender.


Aunque entiendo perfectamente el proceso o la etapa por la cual está pasando, yo también fui adolescente (aunque a veces parezca que sigo siéndolo, fui, tiempo pasado), y me he leído cuanta cantidad de artículos, libros y visto conferencias y videos sobre cómo sobrevivir a un adolescente, qué onda con tu hijo adolescente, mejora la comunicación con el adolescente con PNL, cómo dejar de pelearse con su hijo adolescente, etecé, etecé, etecé… la verdad es que mi gran reto está en comprenderlo, salir de mi esquema, de mi agenda, y entenderlo sí, pero sin esa necesidad de intentar que cambie.


Quizá todos estos años he pretendido que él o sus iniciativas, sus decisiones, se parezcan a lo que yo esperaría que él hiciera, y nada más fuera de la realidad, de una sana realidad. Por un lado, me siento muy orgullosa de que tome sus propias decisiones, pero al mismo tiempo afloran mis temores (porque son míos) que no sean las más acertadas, las correctas, las buenas… como si yo no me equivocara una vez y otra también (ufffff).


Mi hijo se me está poniendo grande, y más que entender sus 1.80 de estatura, sus brotes de acné, sus cambiantes gustos musicales, sus resultados escolares, su apatía a todo lo que huela a deporte, lo que me toca es comprender, ese dolor callado por el niño que ya no es, los debiera, los hubiera y el desafío de mis miedos, porque nunca “todo” va a estar bien, y el hecho de que esté bien, no dependerá de lo que pase sino de mi percepción de lo que pase.


Hoy me doy cuenta que tratándose de personas, de nuestras relaciones, de nosotros… no es tan importante entender sino comprender… porque el “te entiendo, pero…” es un no te comprendo, y en cambio, el “te comprendo” basta por sí solo, no hay un pero antes o un argumento después, simplemente hay un sentimiento de empatía, de unión, de asentimiento a lo que es, a lo que hay, una conexión sutil pero profunda que no necesita más respuestas o explicaciones, puramente se siente, y sabes con claridad lo que tienes que hacer a partir de ese instante, como si solamente recordáramos algo que ya sabíamos.


Bendiciones, AR.


Ancla 1
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