La Casa del Migrante
Y Salomón Monárrez
Cuando uno observa un acto que promueve el apoyo social y sobre todo a los más desvalidos, como fue la inauguración de la “Casa del Migrante” en Culiacán por el obispo Jonás Guerrero, no queda más que aceptarlo y verlo como un hecho positivo, pero que lamentable es compararlo con otras acciones eminentemente humanistas como la del ciudadano Salomón “Chamé” Monárrez y su familia que por casi una década se han dedicado a atender, precisamente en las orillas de la vieja estación del ferrocarril, a migrantes del sur del país, de Centroamérica y Sudamérica, tan solo con sus precarios recursos y aquí sin la bendición de Dios.
Desde hace ya más de 30 años, a principios de los años ochenta del siglo pasado, cuando estallaron las guerras civiles en Nicaragua, El Salvador e incluso en Guatemala; al mismo tiempo que las dictaduras militares en Sudamérica languidecían después de más de 30 años de asesinatos y crímenes hasta el genocidio como en Chile, Argentina y Brasil; y en México se iniciaba la quiebra estructural del sistema económico mixto que prohijaba al Estado benefactor, para dar inicio al modelo neoliberal que hoy rige en todo el mundo y que tanta pobreza y violencia ha generado, el fenómeno de los migrantes se ha desarrollado al grado que cada año cruzan las fronteras de los Estados Unidos más de un millón de centroamericanos.
Este fenómeno explotó a fines del siglo pasado y se vio como un problema de ciudadanos exclusivo de ellos y el gobierno, siendo muy pocos, por decir casi nadie, que se preocuparon y ocuparon del asunto. Hoy en día el fenómeno de la migración es mundial cuando existen 2 mil millones de personas que no tienen para comer ninguna vez al día, el 20 por ciento de la población mundial, personas que no tienen absolutamente nada más que ver que encuentran para comer, hasta el extremo de arriesgar todos los días la vida como cuando deciden buscar otros horizontes sin fe, sin esperanza, encontrándose con muchos deshumanizados que prefieren olerle la cola al perro que darle una moneda a esos desvalidos cuando van en sus carros.
Por eso Salomón Monárrez es un ciudadano ejemplar que se desprende de su patrimonio, se ocupan él y su familia y hasta corren riesgo porque llega a hospedarlos en su propiedad a estos parias símbolos del dolor humano ante el que todos debiéramos solidarizarnos.
Qué bueno que Jonás Guerrero se condolió y puso a la iglesia a realizar esta obra humanitaria, qué bueno que el gobierno le ayudó a la iglesia para construir este nuevo albergue, pero qué malo que ni siquiera se fijen en el “Chamé” Monárrez que suda y sufre todos los días para darles comida, salud y techo.
El gobierno con esta casa que apoyó para que tuviera su albergue para migrantes, debiera hacerlo también en Mazatlán y en Los Mochis donde también son necesarios y observar si existen ciudadanos como “Chamé” que deben ser apoyados con lo que se pueda.
No es altruismo, ni lástima, es simplemente humanismo, amor al prójimo. Qué bueno que muchos aman a los animales y tengan sus mascotas, pero si no aman a sus semejantes, lo demás es frivolidad. Creo.