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Tu tanta falta de querer.

Ven y cuéntame la verdad. Ten piedad. Y dime por qué. Cómo fue que me dejaste de amar. Yo aún podía soportar tu tanta falta de querer… Letra de Mon Laferte.

Y el desamor nos unió. Más de 10 mil gargantas cantando a coro desde sus entrañas lo que duele amar y no ser correspondido, o lo que es lo mismo, esperar que el otro me dé, me llene de todo eso que uno no ha sabido darse.

Aquella noche en que la cantante y compositora chilena, Mon Laferte, se presentó en la Plazuela República en mi charco, Mazatlán, no importaba quién estaba hombro con hombro, o pegando el pecho a su espalda o pisando delante sus pies; ni siquiera importaba si alcanzaba o no a ver algo de lo que ocurría allá, lejos, lejísimos, arriba del escenario. Lo que necesitábamos era escuchar con melodía de fondo, todos esos sentimientos que no se pueden explicar, entender, y mucho menos expresar cuando sientes que alguien se ha ido de tu vida sin justificación alguna, o sigue en ella sin estar.

Fue una mezcla de catarsis y terapia grupal entre aquellas almas aglutinadas sobre la explanada del Palacio Municipal, el kiosko, la catedral, y las calles alrededor. Los cuerpos iban y venían como olas golpeando y reventando en la humanidad más próxima, y el calor sofocante parecía el elíxir que revivía esos momentos de agonía tras habernos sentido con el corazón roto.

La música siempre ha sido mi mejor remedio ante la tristeza y la desolación, y verme ahí frente a esos millares de corazones palpitando en la misma frecuencia fue un recordatorio que no importa de dónde provengamos, de qué van nuestras vidas, cómo hemos aprendido a querer… igual, todos hemos sido víctimas, alguna vez, de nuestras pasiones, de nuestros deseos y nuestra necesidad de amar y ser amados.

“Tormento”, “Si tú me quisieras”, “Orgasmo para dos”, “Amor completo”, “Yo te qui”, “Vendaval”, “Mi buen amor”, “Amárrame” y todas las canciones interpretadas esa noche -en que el tiempo se detuvo para los mazatlecos, propios y extraños- fueron una cita no sólo con la música de la versatilidad hecha mujer, sino con nuestras ilusiones rotas, los cuentos de príncipes y princesas que nos contamos, con nuestros sueños de fueron felices para siempre, con los recuerdos que aún duelen y las esperanzas que nos mantienen en pie.

Qué sería de este mundo sin amor… Qué sería de los boleros sin el desamor… ¿Acaso habríamos llegado hasta aquí?

Aquella, fue la noche en que una vez más comprobé, que la música nos une, y cantar desde el corazón nos sana el alma.

Bendiciones, AR.


Ancla 1
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