El menos peor
Con las necesarias actualizaciones, reiteraremos hoy algo que hemos dicho decenas de veces en esta columna: no hay candidato bueno entre quienes compiten por la presidencia de la república.
Todos, sin excepción, tienen una larga cola de deshonestidades y complicidades.
Ninguno de ellos merece ocupar el cargo público más importante, pero como no hay más el ciudadano votará por quien considere el menos peor; sin negar los que a pesar de las sobradas evidencias ven aquí, allá y acullá a un aspirante todo honestidad y confiabilidad.
Fanatismos y votos duros aparte, la triste realidad es que los mexicanos tendremos que escoger a uno que nos seguirá dando atole con el dedo, y puede que hasta más amargo.
Referimos en nuestro anterior Altoparlante algunas de las verdades que desmerecen el voto por Andrés Manuel López Obrador, entre las que destacan la desvergüenza de sumar a personajes con graves antecedentes de corrupción, en abierta contradicción de sus reiteradas proclamas por la honestidad y la justicia.
Abundaremos ahora sobre lo que muchas veces hemos advertido en esta columna: tampoco el PRI y el PAN, candidatos incluidos, representan una alternativa confiable.
Montones de corrupciones cometidas durante sus gobiernos; han sido y son cómplices y responsables de los asesinatos de muchos inocentes a manos militares y marinos, con la impunidad que resulta de la descarada protección a los culpables de los innumerables abusos cometidos, y repitiéndose.
Panistas y priístas que como oposición se la pasan denunciando las picaradas y las infamias de los demás, pero que al tomar las riendas de los gobiernos las repiten, aumentadas, y hasta nos las justifican.
Recordemos, por citar sólo uno de muchos ejemplos, los gasolinazos durante los gobiernos panistas, criticados severamente por los tricolores, y luego en sentido contrario; siempre muy dignos ellos, burlándose cínicamente del pueblo.
Los hechos más recientes de la contienda electoralnos ratifican a estos dos partidos y a sus candidatos también en sentido contrario de lo que los mexicanos anhelamos.
Ricardo Anaya Cortés, vapuleado públicamente por acusaciones de corrupción que el gobierno de Enrique Peña Nieto emprende con el evidente propósito de perjudicarlo, en el desesperado intento de ayudar al “yo mero”.
Los señalamientos de lavado de dinero se suman a otros escándalos de presunta corrupción por parte del candidato panista; le están pegando muy duro, por la solidez de la información que se conoce, y porque la propia Procuraduría General de la República aparece como investigadora formal.
Su campaña se estancó, y se le auguran escasas posibilidades de recuperación.
Por su parte, José Antonio Meade Kuribreña recibe oxígeno emergente de manera indebida e ilegal por parte del gobierno priísta, en el intento de moverlo del tercero al segundo lugar en las preferencias electorales.
Transa judicial cuya existencia por supuesto no ignora, y que lo ubica sin lugar a dudas como uno más de los políticos del montón; muy pocos se tragan los cuentos de que no es priísta, y de que es más un ciudadano, gente del pueblo, que un político tradicional.
Indicios que se convierten en convicción, ante los multimillonarios desvíos que no vio o no quiso ver cuando fungía como Secretario de Hacienda; incapaz o corrupto, y quizás ambas cosas.
Escenario electoral muy complejo, pues, el que tenemos a la vista.
El hartazgo de millones de mexicanos que no quieren saber absolutamente nada del PRI o del PAN; los masoquistas aceptados y convencidos de que lo menos malo es que cuando menos nos robe uno distinto, y aquellos que, en sentido contrario,asumen o compraron la idea de que votar por López Obrador es lo peor que nos puede pasar.
Y en el medio, muchos ciudadanos a la espera de que llegue el día de la elección y decidir entonces cómo votar, si a favor de alguno o en contra de otro.
Porque ésta es otra circunstancia insoslayable: los odios crecientes, y el peligro de la manipulación.