Misiles cebados
Algo verdaderamente extraordinario tendrá que pasar para que Andrés Manuel López Obrador no gane la elección presidencial.
La estrepitosa vapuleada que le dieron en el primer debate de los candidatos no tuvo el menor impacto en sus preferencias electorales, y por el contrario la mayoría de las encuestas lo muestran con una ventaja mayor, en algunos casos superior a los veinte puntos porcentuales.
Puede el peje mentir con el mayor de los descaros y asumir incongruencias monumentales sin sufrir una caída que en la lógica más elemental resultaría inevitable.
La única explicación sensata es una que ya hemos comentado en esta columna de manera reiterada: el hartazgo de una importante mayoría de ciudadanos en contra del PRI y del PAN, y dentro de ello la esperanza de algo diferente, incluso aunque resulte lo mismo y hasta peor.
Porque hasta eso, no pocos de los seguidores de AMLO aceptan que le darán su voto para que cuando menos sean otros los que nos roben.
Entre los seguidores del tabasqueño hay de chile y de manteca; unos que lo ven realmente como el mesías que viene a salvarnos de todos los males, y otros que incluso lo señalan como igual de corrupto que los demás.
Unos guiados ciertamente por la esperanza, pero muchos por los odios.
Por esto último, las repudiables intolerancias que se asumen en contra de todos los que se atreven a criticar a ya saben quién.
Nuestros derechos y nuestras libertades pisoteados sin recato, en el aviso de la aparentemente inevitable república de la dictadura y la sinrazón.
Porque como comentamos líneas arriba parece casi imposible que alguno de los cuatro aspirantes restantes termine alzándose con la victoria electoral.
Si esos contendientes creen que con propuestas convencerán a los ciudadanos para hacer mayoría, están más perdidos que un jocoque de dos semanas en la mitad del desierto.
No queda otra opción que el golpeteo, pero por lo visto necesitan misiles intercontinentales y hasta galácticos para despeinar apenas al aparentemente imbatible.
El peje miente a cada rato, incluso con descaro, pero sus seguidores le creen todo; a los otros no les creen las verdades incluso probadas, y ni los papelitos les valen.
No hay modo pues de convencer para vencer, y la posibilidad de destruir al enemigo parece remota.
Así entonces, o nos sorprenden con una embestida extraordinaria, llena de ferocidad y con elementos de verdad excepcional, o que se resignen a pelear por el segundo lugar.
A ver qué sucede en segundo debate, a realizarse el domingo próximo; adelantemos que, por lo visto, poco o nada va a cambiar.
EL PODER LUJURÍDICO
Nos llegan montones de comentarios respecto de nuestra columna del lunes, en que informamos que la denuncia de acoso sexual en contra del magistrado presidente del Supremo Tribunal de Justicia es consecuencia de conflictos y despechos pasionales, luego de que la esposa del funcionario se enteró de su ligereza de cascos.
Coincidimos en que para nada debe resultar fácil la situación que vive la jueza demandante; teme por su vida, tras las amenazas directas por la cónyuge formal.
En lo que para nada estamos de acuerdo es con el reclamo minoritario de que no debemos meternos en asuntos privados, porque se trata de funcionarios públicos y de ejercicios indebidos de poder público que merecen no solamente ser aclarados sino además castigados.
No estamos pues criticando asuntos de amores o desamores, sino simplemente señalando ilegalidades que exhiben a uno de los tres poderes del Estado de Sinaloa.
Que el asunto es ciertamente una mezcla de cosas públicas y privadas, es problema de ellos y no de quien esto escribe.
Con el debido respeto que sus intimidades nos merecen, no podemos caer en la irresponsabilidad de eludir en lo global el problema.
Aplíquese la ley, y punto.
Se supone que es precisamente una de las responsabilidades del poder judicial.